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    jueves, 3 de enero de 2013

    Anécdotas de Eulalio González "Piporro"

    Anécdotas de Eulalio González "Piporro"
    Estimada(o) radioescucha: escucha canciones de Eulalio González "Piporro" en Radio Quelite, la voz musical de México. Las siguientes anécdotas fueron contadas en entrevistas y charlas informales por el inolvidable Piporro durante la recta final de su carrera artística, y plasmadas por Ulises Corona Samayoa, en el libro titulado "Eulalio González Piporro. Homenaje", publicado por la caja de cerillos en complicidad con la Cineteca Nacional y Conaculta en el año 2011.


    ... A mí me pasó lo mismo que a Ben Kingsley cuando actuó como Gandhi: la película en la que participó después de ésa, le tuvieron que poner "Gandhi" abajo de su nombre, pa' que la gente lo reconociera. Lo mismo me pasaba a mí, yo tenía 27 años y hacía de un hombre maduro, cuando me presentaban como Eulalio González, nadie sabía quién era, hasta que decían "pos es el Piporro, el que salió con Pedro Infante, es buen muchacho, de muy buenas familias"... tenían que ponerme una bola de cartas de recomendación. Y es que los personajes que yo hice al principio, cuando estaba chavo, fueron de viejón; y ora que estoy viejón, la hago de chavo. Lo que sí esta difícil es hacerla de niño prodigio, porque ya no puedo.

    ... Yo lo que traté de hacer fue la diversificación del personaje; muchas veces me presentan como el artista de la música norteña y yo no soy el artista de la música norteña. La música norteña existía antes, existe y existirá. Yo fui una variación de la música mexicana.

    ... Yo tenía un chiste de cajón que siempre hacía: sacaba la pistola y le jalaba al gatillo, pero no pasaba nada, entonces la gente me abucheaba y yo les decía: "No sé por qué no dispara, la compré en Monterrey". Y es eso, es no darle importancia, es reírte de ese tipo de cosas. Antes persistía la costumbre en algunos cantantes que, en sus presentaciones, llevaran pistola. La gente les gritaba "que eche bala", así se divertían algunos, con un sentido más simplista. Una vez, allá con los güeros, me querían quitar la pistola, me dijeron "si usted es cantante, ¿para qué trae pistola?" y yo les contesté muy serio "es que a muchos no les gusta cómo canto".

    ... Tengo muy buenos amigos; lamentablemente, como es natural, se va uno quedando solo... pero sí, a los buenos amigos no se les descuida. Cuando Eduardo Manzano (el polivoz) estaba en el hospital, por lo de un asalto, fui a verlo. Por cierto que solamente vi a su esposa, porque a él lo estaban entrevistando los de una televisora en la habitación, y yo no quise quedarme a figurar ahí para la televisión, no me gustan esas cosas, así que me fui rápido, pero me alcanzaron. Mientras yo caminaba rumbo al carro me hicieron una entrevista "que si la inseguridad", "que si el D.F. estaba ya imposible" y demás... Ya cuando me iba subiendo al coche, me preguntó el reportero: "Señor, disculpe, ¿cuál es su nombre?" Jajajajaja, le dije "¿pos qué no me conoces? Si soy Charles Bronson, ¡animal!, y cerré la puerta.

    miércoles, 2 de enero de 2013

    Anécdota de Pedro Infante en el estudio de grabación

    Anécdota de Pedro Infante en el estudio de grabación
    Estimada(o) radioescucha: escucha canciones de Pedro Infante en Radio Quelite, la voz musical de México. La siguiente anécdota fue narrada por Manuel Esperón, y citada por Gustavo García, en el tomo I del libro "No me parezco a nadie. La Vida de Pedro Infante", publicado por editorial Clío en 1994.

    Pedro Infante grabando. © Archivo Fotográfico Tomás Montero Torres
    A finales de 1946, Ismael Rodríguez llamó a Pedro para su proyecto más ambicioso: Los Tres García... Para la musicalización, Manuel Esperón compuso y estrenó el vals Sara García, que se oye de fondo en la escena de la fiesta (y se volvería a oir en otras películas musicalizadas por el maestro). Ahí cantó Pedro la primera canción escrita especialmente para una película que sería un éxito masivo, "Mi cariñito", que según recuerda Esperón, se grabó de este modo:

    "Antes que nada, Pedro llamaba al restaurante y ordenaba su desayuno: cuatro filetes, cinco huevos estrellados, frijoles refritos con queso, tortillas y botellas de leche. Todos en el estudio están listos, se píde silencio y se inicia la grabación. Pedro está superinspirado, los músicos de igual manera, cuando de pronto, el micrófono, eran enormes en aquella época, se zafó de la base y comenzó a bajar lentamente. La grabación se registraba en forma magistral, todos estaban en su mejor día, por lo que, para evitar ruidos raros al intentar detener el micrófono o suspender la maravillosa ejecución de Mi cariñito, el trabajo se continuó como si no ocurriera nada. No obstante que a muchos nos quería ganar la risa, pues el micrófono seguía bajando, Infante se fue agachando para seguir de cerca el micro. Terminó acostado en el suelo, tendido boca arriba, con el micrófono despegado de su boca como tres centímetros. Al concluir se escuchó la gran ovación."

    Por su trabajo en Los Tres García, Pedro solo ganó 1500 pesos pero ahí apareció el Infante actor que sólo tendría que madurar durante el resto de su carrera.
    La espectacular imagen que ilustra esta anécdota, pertenece al Archivo Tomás Montero, cuyo blog te recomiendo encarecidamente visitar dando click aquí. La foto fue tomada por Tomás Montero Torres el lunes 24 de marzo de 1947 en los estudios de la Peerless. Los ya legendarios estudios de grabación se encontraban ubicados en la avenida Mariano Escobedo número 201 en la ciudad de México. Hace más de una década fueron adquiridos por una empresa inmobiliaria que los demolió para edificar departamentos.

    Anécdota de Tin Tan regresando de Acapulco

    Anécdota de Tin Tan regresando de Acapulco
    Estimada(o) radioescucha: escucha canciones de Germán Valdés "Tin Tan" en Radio Quelite, la voz musical de México. La siguiente anécdota fue narrada por Rosalía Valdés Julián , hija del incomparable Germán Valdés, en el libro "La historia inédita de Tin Tan", publicado por editorial Planeta en el año 2003.


    Empezaba a darme cuenta de que tenía un papá famoso porque su foto aparecía en los periódicos y la casa siempre estaba llena de gente. Recuerdo los nombres o sobrenombres de algunos de los que iban todos los días: Tellitos, Artemio, Chava Godínez, Zamorita, el Chocolate, el Cheves, mi tío Cristobal, el Sapo, el Sabio. Mi papá les daba dinero, pues de alguna manera todos le trabajaban. Fungían como choferes, secretarios, mozos y quién sabe qué más, y todos se sentaban con él a la mesa a tomar coñac del mejorcito.

    Me acuerdo del último, el Sabio, porque un día que festejaban que éste le había traído su Porsche alemán comprado en Estados Unidos a mi papá, recordaban con risas cómo había sido que lo conoció.

    Veníamos de regreso de Acapulco en el Cadillac negro. Eran cerca de las cuatro de la tarde y mi papá decidió parar en Chilpancingo a poner gasolina. En lo que el coche cargaba, nos dimos cuenta de que había un señor acostado en el piso, junto a la pared, en una parte techada de la gasolinera. Se apretaba el estómago y se quejaba. Mi papá lo vio y no dijo nada. Lo oyó quejarse y le preguntó al que nos servía gasolina si sabía qué le pasaba a aquel hombre. El empleado sólo dijo que parecía que estaba enfermo y pedía un doctor. Mi papá esperó, y al ver que nadie lo ayudaba, se echó en reversa y cuando lo vimos de cerca me puse a llorar. Por la ventana mi papá le preguntó: "¿Que tienes, que te pasa?" El hombre, de unos treinta años, trató de dar respuesta, pero en su rostro podía verse que era terrible su dolor de estómago. Mi papá abrió su puerta y le dijo a mi mamá: "Me lo voy a llevar a México". Mi mamá trató de detenerlo preguntándole algo, pero antes de terminar la pregunta mi papá ya se había inclinado para recoger al hombre y cargándolo lo depositó en la cajuela del Cadillac. Luego vino a la ventanilla, nos pidió una de las almohadas que llevábamos y la colocó bajo la cabeza del hombre, también se quitó la agujeta de un zapato y amarró la cajuela de modo que quedara entreabierta para que entrara aire. Luego subió al coche como si nada y arrancó.

    No dejé de llorar hasta que llegamos a México, y es que todos podíamos oir los quejidos, que no cesaron ni un momento. Mi papá se detuvo en el primer anuncio de hospital que halló y tras estacionarse pidió ayuda para bajar al hombre y nos dejó en el coche. luego supimos que el hombre traía reventada una úlcera que, de no haber sido intervenida, como ocurrió esa noche, hubiera muerto. La mamá de el Sabio le estuvo llevando flores a mi papá todas las semanas durante cinco años. Lo llamaba san Germán pues, decía: "usted le salvó la vida a mi hijo".